En los últimos años somos testigos, y protagonistas, de una revolución tecnológica que, no solo facilita nuestros quehaceres cotidianos (quién no ha visto las ventajas de tener una roomba en casa), sino que mejora las condiciones y esperanza de vida mediante un gran avance a nivel médico y de investigación. Pero el avance que más impacto ha tenido es el desarrollo de un dispositivo móvil inteligente (smartphone), que permite que almacenemos innumerables fotografías, vídeos, y documentos, al tiempo que nos permite hacer uso de muchas aplicaciones cuya finalidad es hacer más, y continuamente, accesible multitud de tareas, obviando la posibilidad de hacer llamadas (pero, ¿quién llama en tiempos de whatsaap?). Entre estas aplicaciones encontramos las redes sociales. De tal forma, tal y como muestran las gráficas, el mayor uso, dentro de esta vorágine de tecnología, se encuentra en estas aplicaciones que nos permiten estar en contacto constante con otras personas. Y subrayo lo de “constante”.
Esta forma de interrelacionarnos a nivel online ha modificado en gran medida nuestra forma de vida cotidiana. Mientras que antes nuestra capa social más externa con la que interactuabamos de forma directa, lo que Bronfenbrenner denominaba exosistema, correspondía al radio de nuestra provincia, hoy día esa capa se puede extender a gente que vive al otro lado del mundo, ya que, siguiendo la definición del propio autor, podemos interactuar de forma directa con personas de todo el mundo. Esto, a priori, nos hace mas cosmopolitas, ya que nos permite establecer amistad con gente de otras culturas, pero también nos hace a veces más “cosmopaletos”, teniendo amigos en muchos países, pero haciendo que estemos desconectados de nuestra propia realidad.
Como es natural, todo cambio social conlleva a quienes siguen estos cambios como si de nuevos profetas se tratase, y a quienes les tratan como el mismísimo satanás. Y como siempre, en el equilibrio esta la virtud. Las redes sociales no son el enemigo, aunque tampoco son la panacea del siglo XXI, son simple y llanamente herramientas que bien utilizadas nos ofrecen una gran multitud de utilidades, siempre remarcando el uso responsable de las mismas.
De esta forma, estudios demuestran que adolescentes, inicialmente mas retraídos, que hacen uso de las redes sociales, al sentirse aceptados de forma online les facilita que en la vida offline (vida real), se sientan mas seguros consigo mismos y por tanto les cueste menos abrirse socialmente.
Pero no es oro todo lo que reluce, y aunque como se ha dicho, a priori son herramientas muy útiles, esto es así siempre que se comprenda su finalidad y se les de un uso responsable. Para hacer un buen uso de cualquier herramienta, hay que comprender cómo funciona, con qué finalidad se ha hecho y qué riesgos tiene. De tal forma, si cogemos una navaja comprendemos que debemos cogerla por el mango, que la hoja está hecha de metal, contando con una parta afilada y otra que no lo está, sabemos que debemos cortar con la parte afilada lo que deseemos pero nunca cogerla por aquí porque corremos el riesgo de cortarnos a nosotros mismos. Sin embargo, cuando hacemos uso, no solo de una red social, sino de cualquier aplicación móvil, aún sin saber cual sería su parte afilada, decidimos usarla, muchas veces sin darnos cuenta de que nos estamos cortando a nosotros mismos.
Pues bien, analicemos las redes sociales. Como se ha repetido, son aplicaciones móviles, las cuales, no debemos olvidarlo, no están hechas por filántropos que solo miren por nuestros beneficios, sino que están diseñadas por grandes empresas, llamadas unicornios (porque están valoradas en mil millones de dólares) cuya principal finalidad, como cualquier empresa, es ganar dinero. ¿Cómo ganan dinero? Sin entrar en mucho detalle, ganan dinero a medida que mayor número de personas hace uso de ellas y durante un mayor número de horas. Con lo cual, y como es lógico, están diseñadas para que les demos uso, y cuanto más mejor. Para ello, el diseño de dichas aplicaciones se basa en un principio básico de psicología: el famoso refuerzo positivo. ¿Alguna vez te has preguntado por qué podemos dar “like” o hacer un “match” pero hasta hace relativamente muy poco no se han añadido iconos que muestren disconformidad o no nos avisan de cuantos candidatos nos han rechazado? Salgamos un segundo del mundo online y volvamos a la realidad tangente y viviente.
Cuando alguien nos indica que algo que hacemos le gusta, nos felicita por nuestro trabajo o nos apoya en nuestras decisiones y metas, nos sentimos felices, sentimos que lo que hemos hecho está bien, y esto hace que en nuestra próxima empresa personal decidamos recurrir a esa misma persona, para contarle nuestras nuevas ideas o contarle ese hito del que tan orgulloso estamos. Igualmente, si tenemos un problema y nos sentimos apoyamos o bien reconducidos y aconsejados por esa persona, que nos ha tratado con agrado y comprensión, volveremos a hablar con ella en sucesivas situaciones problemáticas. Estos actos realizados por esa persona X en cuestión son refuerzos positivos, es decir, nos ha dado una recompensa, en forma de carácter social, que nos ha hecho sentirnos bien y/o entendidos. Los refuerzos positivos se categorizan en primarios o secundarios. Así, los primarios son los que responden a necesidades básicas del ser humano como comer o beber, mientras que los secundarios son aquellos a los que nuestra sociedad les ha dado un significante abstracto que dentro de nuestra cultura se comprende como positivo, como lo es un abrazo, o el propio dinero (si lo pensamos, son solo trozos de metal o papel a los que les hemos inferido un valor acordado). Debido a que los seres humanos somos seres sociales por naturaleza, aquellos reforzadores positivos que mayor predicción de repetición de conducta van a tener son los reforzadores positivos secundarios de carácter social.
De tal forma, los likes dentro del mundo online responden a esos mismos reforzadores secundarios positivos de carácter social. Y, al igual que en el ejemplo, una vez que hemos experimentado la agradable sensación de ser apoyados por mucha gente con ese simple gesto de aprobación en forma de like, querremos volver a revivirla.
Por otro lado, y siguiendo con el ejemplo anterior, cuando le contamos a un amigo que hemos ascendido laboralmente o nuestra conquista de la noche anterior y no recibimos la respuesta de aprobación y felicitación que esperábamos, seguramente, si esto se repite en el tiempo, terminemos por pensar que ese supuesto amigo es un tanto envidioso y no sentiremos la motivación de volver a confiarle nuestros secretos. Esto se debe, principalmente porque no se nos ha reforzado positivamente y ello propiciará que, mas pronto que tarde, cortemos toda relación. Máxime cuando, no solo esta persona no nos reconozca nuestros méritos personales, sino que además los desprecie y/o menosprecie. Esto último se denomina castigo negativo, es decir, nos ha dado algo que no nos gusta. Los castigos negativos, como todos sabemos, es lo mismo que usan nuestros padres para evitar que repitamos conductas indeseadas (con poco éxito, como bien demuestra la evidencia científica, aunque en otro artículo entraremos más en profundidad en cuanto a técnicas de reducción de conductas). Si el refuerzo positivo social es aquel que va a lograr con mayor evidencia empírica que repitamos una conducta, el castigo positivo social será el que con mayor probabilidad consiga que no volvamos a acudir a esa persona (esto, si nos paramos a pensarlo, es muchas veces el principal problema de muchas parejas, mucho castigo poco refuerzo).
Así, volviendo nuevamente al mudo digital, esas aplicaciones que buscan que las usemos con frecuencia y a diario hacen un análisis de la situación: si yo quiero que la persona lo use, tengo que reforzar de forma positiva su uso, pero no puedo dar la posibilidad de que se le castigue, ya que sino, puede que no vuelva a usar mi aplicación. Y así es como conseguimos muchos likes y muchos match pero pocos dislike y ningún rechazo de posibles pretendientes. Nos genera un mundo de fantasía donde la única posibilidad es recibir refuerzos positivos y ningún castigo. ¿Después de probar eso, quién no prefiere relacionarse online y evitar los rechazos que sentimos en la vida offline?
Todo esto, además, conjuga con el sistema de recompensa. Este sistema se localiza a nivel encefálico y está regulado principalmente por un neurotransmisor (mensajero químico), la dopamina. Este sistema se activa cada vez que recibimos un refuerzo positivo, recordándonos que la consecuencia derivada de un acto en cuestión nos hace sentir felices. La función original de este sistema respondía a la propia necesidad de supervivencia, así, este sistema responde ante refuerzos positivos primarios como beber, comer o tener sexo, recordándonos que esas funciones son buenas y hay que continuar repitiéndolas. Sin embargo, y sin vaticinar que el ser humano sería lo suficientemente creativo como para inventar reforzadores positivos de carácter secundario, este sistema es también activado cuando dichos reforzadores actúan.
De tal forma, este sistema se activa cada vez que recibimos el salario, el abrazo de un amigo, o el like de un completo desconocido, recordándonos que las acciones previas que han dado lugar a tales consecuencias deberán ser repetidas en un futuro.
Asimismo, este mismo sistema de recompensa esta involucrado en conductas adictivas. De tal forma, cuando una acción nos reporta consecuencias positivas, la dopamina viaja, del lóbulo prefrontal, encargado de las funciones ejecutivas, hasta el sistema límbico, relacionado con las emociones. Así, haciéndonos sentir felices y desactivando el control inhibitorio (prefrontal), volveremos a realizar nuevamente la misma acción. Antes, las recompensas tardaban mas tiempo en llegar, porque no podemos comer de forma constante sin sentir en algún momento que estamos llenos, o beber agua cada 5 minutos sin sentirnos saturados. Pero recibir un like, es sencillo, rápido en indoloro, así que, ¿por qué no? Y de una forma, tan simple (y compleja) como esta, comenzamos a subir fotos de forma constante buscando continuamente que esa dopamina vuelva a recrearse dentro de nuestro encéfalo. Y, llegados este punto, si empleamos mas de 5 horas al día, y /o sentimos ansiedad si no estamos conectados, enterados de lo que ocurre en ese mundo virtual, o no hemos recibido todos los likes esperados, debemos admitirlo, estamos haciendo un uso irresponsable e incluso adictivo de las redes sociales.
Como toda adicción (ver artículo “neurobiología de la adicción”), las consecuencias derivadas de estas, no es solo la obviedad de la cantidad de tiempo que estamos invirtiendo impidiendo otras actividades cotidianas, sino la cascada de problemáticas psicológicas que la acompañan. De tal forma, sucumbir a las conductas objeto de la adicción, en este caso el uso de las redes sociales, produce la desmotivación en otras tareas. Es normal comprender, que si el cerebro experimenta una sensación agradable y constante cada vez que recibo un like va a desechar tareas que necesiten un mayor esfuerzo cognitivo y/o físico, interrumpiendo el desarrollo de otros objetivos personales, con las problemáticas sociales (si se da que esa persona deje de atender a las personas cercanas, por ejemplo su propia pareja), laborales (si desatiende sus responsabilidades del trabajo) y/o físicas (cuando termina por complicar problemáticas de salud) que ello puede conllevar. Asimismo, esta pérdida de motivación por realizar otras tareas va a generar frustración, desesperación llegando en algunos extremos a la depresión. Por otro lado, el hecho de que nos acostumbremos de forma tan regular, a recibir una recompensa inmediata generará que aquellas acciones que conllevan una espera mas longeva para recibir la recompensa generen, asimismo, un aumento de la propia frustración.
Por otro lado, el uso irresponsable de las redes sociales son también fuente y causa de otras patologías incipientes tales como la nomofobia, el síndrome fomo o la cámara de eco, de las cuales hablaremos de forma más pormenorizada en otro artículo.
¿Y yo, que puedo hacer para evitar esto? Lo primero es ser consciente, como se ha dicho al principio, de la parte afilada de esta navaja virtual. Ahora que sabemos que aquello que hace que continuemos su uso de forma constante e imparable es un subidón de dopamina, debemos buscar ese mismo refuerzo en actividades cotidianas y tangibles como abrazar a los seres queridos que se materializan ante nosotros. Lo segundo, es comprender que nuestro tiempo es limitado y como tal, debemos organizarnos, y dedicar el tiempo justo a cada actividad. De tal forma, algo útil para valorar el número de horas que empleamos en redes sociales es realizar un autorregistro, es decir, registrar nosotros mismos en una tabla, cada hora que dedicamos a estas aplicaciones. Así, al final de una semana, podremos valorar de forma objetiva cuántas horas les dedicamos. Frente a ello, debemos imponer un límite de horas en cuanto a su uso, y, como si de un horario se tratase, establecer a qué horas del día les prestaremos nuestra atención; evitando así hacer uso de ellas cuando estamos trabajando o cuando estamos con amigos en un bar, perdiéndonos así nuestras propias experiencias vitales.